Hay gente que dice que tener canas es un
rasgo distinguido o que ser calvo o tener la nariz puntiaguda puede llegar a
ser sexy. Yo creo que eso sólo se dice cuando tu interlocutor, que además es tu
jefe, tiene canas, le brilla la calva o tiene una nariz pronunciada, pero
puedo llegar a entender que se pueda ser atractivo pese a estos defectos. Eso
sí, ser feo es una putada, no jodamos.
Mucha gente es poco atractiva por su
sobrepeso, algunos son gruesos por vocación y otros lo son por nula capacidad
de esfuerzo. Los primeros, conscientes de los pros y los contras, cambian el
poder ir en agosto en bañador y el tener relaciones sexuales con turistas
eslovacas por chuletones, chocolate y maravillosa comida basura. Muy
respetable. Los segundos se limitan a decir que son de constitución gruesa
porque su abuela pesaba 150 kilos con nueve años y su hermano, además de
mongolo, tiene cara de empanada. En Mauthausen y en los gulags soviéticos, que
se haya probado, no se encontró jamás a ninguna persona con tendencia a
engordar. Pero no me quiero referir a esta gente, ellos pueden ponerse a dieta
y alimentarse de zanahorias durante un par de meses. Me refiero a esa gente que
no puede ponerle remedio a sus orejas de veinte centímetros o a su cara de
monazo.
Ser poco agraciado no era un verdadero problema hasta
la segunda mitad del siglo XX. En una sociedad rural y pobre, las ventajas de
la gente guapa se reducían a poder ser actor de revista. En las aldeas se
lograba solventar, de formas muy distintas, el ser un tipo repugnante. Podías
tener la suerte de que hubieran doce chicas para cuatro chicos, con lo que
obligabas a las ocho restantes ha decidirse por ti o por dar clases de
catequesis a los chavales, a sus tirachinas y a sus pantalones cortos. O peor,
ir a las asépticas excursiones de la parroquia hasta el fin de sus días.
También podía haber una chica lesbiana que consciente de las injusticias con
las que, por aquel entonces, se debían topar los homosexuales, decidiera
buscarse un marido y le diera igual que este fuera guapo o feo, mientras no
roncara. Otra opción, mi favorita, era que tus padres concertaran un matrimonio
de conveniencia. Bendita solución.
Siendo varón ser feo tampoco te obligaba a tener que
ser una persona recta y firme en valores y podías decidir no casarte. Siempre
estaría esa figura, casi desaparecida, que era la bizca de pueblo, esa chica
que nunca tendría problemas en pasar una noche épica apartando en el establo a
los gorrinos y a las ovejas. La
España rural, el paraíso de los poco agraciados.
Que los pueblos eran el Olimpo de los feos, es
evidente, pero la gente adinerada, noble o con estudios, también disponía de
recursos ilimitados. En España reinó durante dos siglos la dinastía más
desagradable a la vista de la historia, principalmente Felipe IV y Carlos II,
y nadie se reía de ellos. Ahora gobiernan los Borbones, que son todos guapos y
altos, y no consiguen ser respetados. O que decir de la duquesa de Alba, que es
dueña de medio Al-Andalus y, sin embargo, se le ha llegado a diseñar un
guiñol y todo el país sabe imitar su desagradable timbre de voz. No hacía falta
tampoco ser descendiente de victoriosos generales de las campañas de Flandes
para ser respetado y tener a una mujer maravillosa. Bastaba con tener dinero.
Eras un adinerado comerciante de Valladolid le rondabas un par de semanas a una
joven o directamente, si no tenias escrúpulos, le ibas a su padre con el dinero
por delante y familia numerosa.
A esta gente estoy convencido de que se le terminó su edén por culpa del puto cine moderno. Los papeles de pobres sensibles y guapos como el de Jack Dawson en Titanic les jodieron su existencia. Nunca saldrá Danny DeVito de protagonista de una película de amor. Y eso que besa muy bien.
En los pueblos muy pequeños, sin embargo, aunque no son ya frecuentes los matrimonios de conveniencia, si que sigue dándose el caso de que haya cuatro tipos para catorce hembras. Jóvenes que soñáis con vivir en la City de Londres, en Manhattan, en Montparnasse, renunciar a esa vida que te obliga a hacer esa cosa tan humillante y cansada que es ligar en discotecas y marchad al interior de provincias como Albacete, Teruel o Cuenca.
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